2. Es la obra arquitectónica más representativa de la ciudad, su arquería es la primera visión del viajero procedente de San Juan del Río o de la ciudad de México. Imponente construcción realizada en el siglo XVIII con la finalidad de permitir la conducción del agua de los manantiales de La Cañada al convento de La Cruz, al salvar la hondonada del valle de Las Carretas. La ciudad no carecía de agua, durante mucho tiempo la tuvo y fue muy limpia, pero el aumento de los obrajes la contaminó, por lo que fue menester conducirla de un lugar distinto.
El impulso de la obra, desde la búsqueda y selección del ojo de agua hasta la conclusión del puente-acueducto y la fabricación de infinidad de pilas públicas y privadas, se debe al Ayuntamiento de la ciudad y a Juan Antonio de Urrutia y Arana, II marqués del Villar del Águila, sin dejar de valorar por ello el trabajo imprescindible, arduo y fecundo de los indios y la contribución económica de la esposa del marqués y de todos los vecinos.
Con motivo de la fundación, en 1721, de un convento de capuchinas, vinieron a la ciudad de Querétaro los marqueses mencionados. Ella, doña Josefa Paula Guerrero y Dávila guardaba estrecha relación con las fundadoras, procedentes de la ciudad de México. Él aceptó la propuesta de su mujer, que consistió en acompañarlas a su nuevo destino y convertirse en sus protectores. En principio Juan Antonio lo consintió con las reservas del caso, mas después se aficionó tanto a las monjas, que en adelante procuró darles alivio en sus necesidades.
En Querétaro, los benefactores se hospedaron en una de las mejores casas que les fue ofrecida, ambos permanecieron por breve tiempo en en esta ciudad, mas se propusieron regresar anualmente. El sitio les debió parecer tan atractivo que compraron casa para su habitación continua, sin embargo nunca cambiaron su residencia definitiva, pues sus múltiples propiedades y compromisos en la capital les impidieron cumplir ese deseo.
Los trabajos de canalización del agua desde el pueblo de La Cañada comenzaron desde 1721, Diego de Andízaval y Zárate, inteligente en arquitectura, fue comisionado para apreciar, medir y pesar el agua, así como dar su parecer para conducirla a ciertas pilas de la ciudad. El marqués solicitó los permisos correspondientes a las autoridades virreinales y locales, y buscó el beneplácito de la población para llevar a cabo su propósito.
La obra pudo haberse reducido a la conducción del agua a la ciudad mediante rodamiento, aprovechando la fuerza de la gravedad, sin embargo como el colegio y convento de los franciscanos estaba en el cerro de Sangremal, cuya altura estaba al nivel del manantial, separado por una hondonada, tuvo que buscar otro recurso. La distancia del agua al Colegio de Propaganda Fide era de ocho kilómetros aproximadamente, por lo que la solución del puente, que tan buenos resultados había dado en Roma y en las ciudades bajo su dominio, fue puesta en práctica, no sin antes vencer algunas dificultades.
Habiendo concretado el Marqués las condiciones económicas y realizado el proyecto por mano del algún arquitecto tal vez citadino, de la talla de Pedro de Arrieta o de Miguel Custodio Durán, se comenzó la construcción el 15 de enero de 1726.
El caudal que entonces producía el manantial del Capulín era de un surco, mas gracias al esfuerzo emprendido se aumentó la corriente a cuatro mil pajas, cantidad que equivale a treinta litros por segundo aproximadamente. Los oficiales y peones cavaron una fosa de seis a siete varas de profundidad. Al poco tiempo descubrieron dieciocho veneros que de allí brotaban; se procedió a bardear el espacio para captar el líquido y darle paso a través de la atarjea subterránea. La alberca, que aún existe en San Pedro de la Cañada, se hizo en forma de polígono irregular de ocho lados. Tenía una puerta de entrada, una boca en el rincón poniente y otra más para el desagüe y para su limpieza.
Se continuaron los trabajos en el tramo más importante y costoso, pero también en el más espectacular y artístico, el puente acueducto. El marqués se entregó generosamente a la tarea: inspeccionó las obras como juez superintendente que fue de ellas, subió andamios, trepó paredes y en ocasiones ministró ripio, piedra y ladrillo a los albañiles.
Continuamente interrumpía su presencia en Querétaro para ocuparse de sus negocios en México. Entonces lo suplía un pariente, José de Urtiaga y Salazar, a quien por cierto le ocurrieron varios accidentes en la obra, de los cuales siempre resultó ileso.
El acueducto fue construido cerca de la garita de México, por donde pasaban las recuas cargadas de minerales. Para soportar su atarjea se hicieron robustos pilares de cantería, que se unieron mediante setenta y cuatro arcos de medio punto. La altura máxima que alcanzan en el valle es de 28.42 m. con una curvatura de 5.85 m. Terminada la arquería se procedió a construir una muralla que conducía el agua al convento de la Cruz, ésta fue perforada en 1899 para prolongar la calzada de los Arcos, de norte a sur, hacia la avenida Zaragoza, desde donde se deja ver una perspectiva interesante de toda la construcción.
Las obras se concluyeron el 22 de octubre de 1735, día en que llegó el agua a la caja de la plazuela de La Cruz, ésta aún se conserva, en el lugar correspondiente de este Catálogo se hablará de ella.
Tres años más tarde, el 17 de octubre, a través de cañería subterránea logró llegar el agua a las fuentes públicas que se construyeron en distintos lugares de la población. Las hubo en la plaza mayor, en la plaza de abajo o de San Francisco, en la plazuela del convento de Santa Clara y siete más que sirvieron a la comunidad, además de las que paulatinamente se fueron construyendo en la ciudad, en cada uno de los conventos y en algunas casas particulares. La bendición de las primeras pilas fue todo un acontecimiento, concurrió a ellas la congregación de Nuestra Señora de Guadalupe, los miembros de todas las órdenes religiosas, el Ayuntamiento y el pueblo en general que se conglomeraba para mirar de cerca aquello que había costado trece años de esfuerzo,
...unos admiraban la constancia y el inmenso trabajo, como cimientos de obra tan grande: otros el amor y la liberalidad: como bases de tan costosa máquina, aquellos el valor y la prudencia, como estribos de empresa tan ardua; éstos la piedad y la vigilancia, como arcos, no de medio punto, porque sólo un grande punto lleno de entereza pudo empezar, proseguir y acabar una obra tenida en la especulación por imposible...
Los gremios de la ciudad se sumaron a estas festividades y fabricaron carros alegóricos con variados detalles, los sastres contribuyeron con un barco tirado por mulas, el cual llevaba sus remeros por banda en figura de tritones, en la popa iba sentado, en magnífico trono, el dios Neptuno, su corte la formaban nereidas, sirenas y tritones. El primer descanso en su navegación se hizo frente a las casas reales donde se cantó una loa, que inicia con el siguiente verso:
Neptuno sagrado dios
del mar con líquida huella
pisa las lenguas del agua,
porque el agua se haga lenguas.
Un mar de aguas es su trono,
muy debido a quien emplea
su caudal, para que vivan
cuantos de sus aguas beben.
Continuó un lucido escuadrón compuesto por los indios, su gobernador portaba el estandarte alabando la obra del marqués; iban vestidos a la usanza de su gentilidad y al final los principales con vestuario a la romana. Les acompañaba la música de los teponaxtles. Al llegar frente a la casa del marqués discurrieron una loa, que entre otros versos, destacan por su trascendencia los siguientes:
De todos estos milagros
del agua lo que inferimos
es que a imitación del agua,
los indios hacen prodigios.
Ellos han sido hasta aquí
para el común beneficio,
los que tienen el corriente
lo que todos son y han sido.
Los indios siembran los campos.
los indios cogen los trigos,
los indios hacen el pan
y todo lo hacen los indios.
Y es cierto que si faltaran
indios en estos dominios,
faltara todo, porque ellos
son el elemento quinto.
Y porque conozca el mundo
de lo mucho que han servido
en la conducción del agua
es bien que hoy se diga a gritos.
Desde el principio hasta el fin,
ellos solamente han sido,
los que a costa de trabajos
han dado agua a los vecinos.
Ellos han hecho la alberca,
ellos, pisando peligros
han hecho la atarjea y arcos,
las pilas, cal y ladrillos.
Y aunque ha sido bien pagado
su trabajo, concluimos:
que mucho más fuera el costo
si ellos no hubieren servido...
Pocas oportunidades tuvo el indio de manifestar su sentir y de dejar bien claro, que su colaboración en el trabajo era indispensable y que los españoles sólo recogían el fruto de una tierra que no les pertenecía y que a veces ni siquiera conocían.
Al siguiente día, los cirujanos y flebotómanos hicieron lo propio, pasearon un carro que simulaba el monte Helicón, con flora, fauna y dioses de la mitología griega. También se cantaron algunas loas alusivas al momento. Por la noche del sábado hubo fuegos artificiales y el domingo la celebración fue en el templo de San Francisco. A la hora señalada, el Ayuntamiento hizo su aparición y se dirigió a la casa del marqués del Villar del Águila, para conducirlo a la misa solemne que se celebraría en acción de gracias por la introducción del agua a la ciudad. Fray Manuel de las Heras fue el encargado de predicar el sermón, pleno de citas bíblicas referentes al uso, distribución y milagros del preciado líquido.
Las fiestas continuaron, por la tarde se representó la comedia de El Conde Partinuplés en un coliseo construido ex-profeso para el acto. En los días 21, 22 y 23 se llevaron a cabo corridas de toros en la plaza de San Francisco, la cual fue cercada para disfrutar de esa tradición tan antigua entre los españoles.
El viernes por la mañana apareció otro carro, esta vez el de los panaderos y trapicheros o fabricantes de frazadas, jergas y sayales. Éste llevaba instrumentos relacionados con el agua y reproducía la pila que está adosada al conv