Este edificio es considerado una obra de gran valor arquitectónico y una de las edificaciones más representativas del barroco del noreste de México. De gran relevancia y valor histórico el Obispado es además, testimonio de la heroica defensa de Monterrey durante la Invasión Americana de 1846.

El Obispado se construyó en 1787 por órdenes del obispo franciscano fray Rafael José Verger en terrenos que le concedió el Ayuntamiento de Monterrey en la loma de Vera hoy cerro del Obispado. Su belleza y sus grandes dimensiones muestran las pretensiones del obispo de convertir a Monterrey en la cabecera diocesana del recién creado obispado norteño (Bula Relata Semper del 15 de diciembre de 1777). Según el historiador del arte Manuel Toussaint, “En Monterrey solo queda un monumento colonial digno de ese nombre: el Obispado” (Toussaint 1950: 17).

El Obispado no fue propiamente un palacio episcopal. En la solicitud del predio, el obispo Verger escribió que deseaba construir aquí una “casa de reposo y oración” a la que se mudó a vivir acompañado de su médico de cabecera, su confesor y algunos sirvientes, aunque el provisor general del obispado contaba también aquí con una recámara y sus propias oficinas.

Lamentablemente, poco se sabe de la construcción del edificio. Los trabajos duraron dos años, un tiempo breve si consideramos la monumentalidad del edificio, y fue don José Moriño Sotelo, mayordomo del obispado, quien se encargó de coordinarlos, como consta en el testamento del Sr. Verger. Es de suponer que fuera el propio obispo quien se encargó de diseñarlo, utilizando como mano de obra a los que habían llegado a la ciudad durante la gran crisis novohispana de 1785 conocida como el año del hambre, a los que también empleo en la cimentación de la capilla del Roble, los reparos de la iglesia parroquial, la ampliación de la casa episcopal en el centro de la ciudad y la saca de agua que proveniente de Santa Catarina donó a la ciudad (Mendirichaga 1976: 78).

Fray Rafael José Verger y Sau, el llamado obispo constructor, nació en la villa de Santayí, Mallorca en 1722, donde profesó como religioso franciscano y obtuvo el doctorado en filosofía. El 2 de abril de 1750 arribó a la Nueva España habiendo venido por invitación expresa de fray Junípero Serra otro franciscano mallorquino, de ilustre memoria para la evangelización norteña (Tapia 1975: 25).

Verger fue responsable de las misiones franciscanas de las Californias y de Sierra Gorda, escribió un Método nuevo de misiones, trazó un mapa de las californias y trabajó intensamente por la expansión de los llamados Colegios Apostólicos de propaganda fide. El obispo Verger abogó por las virtudes de la ciudad de Monterrey para convertirse en la sede diocesana del Obispado de Linares que abarcaba los actuales estados de Coahuila, Texas, Tamaulipas y Nuevo León, cuya designación fue difícil, pues varias villas y ciudades se disputaban dicho honor: Saltillo, Santa Rosa (Muzquiz), San Felipe de Linares y Monterrey. Finalmente el 11 de noviembre de 1789 el rey Carlos III estableció interinamente la sede episcopal en Monterrey y el 10 de noviembre de 1792 de manera definitiva (Tapia 1975: 25).

El obispo Verger falleció el 5 de julio de 1790, dos años antes de ver coronado su deseo y su testamento y el acta de defunción que entonces se levantó, aparece una descripción minuciosa del edificio y su mobiliario. (Véase el apéndice correspondiente). Hay que destacar que en ese momento el oratorio o capilla doméstica no contaba con la cúpula que hoy lo corona la cual debió construirse en tiempos del obispo Francisco de Paula y Verea, (1853-1857) quien había retomado el edificio para usos religiosos y comenzaba a restaurarlo cuando lo sorprendió la desamortización de los bienes del clero en 1859 y fue expulsado del estado (Tapia 1975: 25).

El Obispado fue adjudicado al estado de Nuevo León por el gobernador Santiago Vidaurri, el 17 de octubre de 1860, con el fin de instalar una escuela de artes y oficios lo que no sucedió aunque si se realizaron algunos reparos en el maltrecho edificio.

A lo largo del siglo el inmueble sufrió largos periodos de abandono y destrucción, brevemente suspendidos por momentos de uso militar. Durante la Independencia, el edificio fue ocupado por las tropas del coronel realista Joaquín de Arredondo (1816), para ser nuevamente ocupado durante el enfrentamiento de liberales y conservadores entre 1833 y 1837. Durante la Invasión Americana el sitio desempeñó un importante papel en la defensa de la ciudad y luego fue ocupado durante todos los momentos claves de la historia de México: La Revolución de Ayutla (1854), La Intervención Francesa (1864), la Revuelta de la Noria (1871) y la Revolución Mexicana (1913 y 1914), tanto el fuerte del Obispado viejo como el cerro del mismo nombre (que varias veces fue atrincherado) se convirtieron en escenario de fuertes combates. Más tarde el Obispado sirvió ocasionalmente como lazareto y su explanada exterior como cabaret (Derbez 2007: 26).

Al comenzar el siglo XX el Obispado se convirtió en un símbolo para los defensores del patrimonio cultural de Nuevo León cuando se creó la Junta Arqueófila de Nuevo León (en 1907 que restauró la cúpula dañada por un rayo en 1909) y luego la Junta de Mejoras del Obispado (1921) que pugnaba por levantar aquí un museo industrial (Pérez 1947: 34).

El 1ero de diciembre de 1932 se decretó monumento histórico y en 1944, bajo la dirección del Arq. Joaquín A. Mora de la Universidad de Nuevo León, comenzó su restauración. El 20 de septiembre de 1956 se inauguró como Museo Regional de Nuevo León del Instituto Nacional de Antropología e Historia (Mildred 1981).